POR FARID KURY
El fracaso de las expediciones de junio de 1959, en Maimón, Constanza y Estero Hondo, y la crueldad con que fueron tratados los numerosos prisioneros, significó un duro golpe para la lucha antitrujillista, y especialmente para el exilio dominicano. La frustración se generalizó, y la idea de que era casi imposible derrocar al dictador por medio de una acción militar cobró fuerza.
En el país también las expediciones repercutieron. El sentimiento antitrujillista no era exclusivo del exilio. Aquí también existía ya un extendido sentimiento antitrujillista, pero después de las expediciones, ese sentimiento iba a encontrar la manera de organizarse clandestinamente para seguir la lucha contra el tirano más cruel del Caribe.
Las expediciones de Junio, ciertamente, no pudieron derrocar al régimen, pero lo sacudieron. A causa de ellas, el antagonismo existente en cada sociedad, y que en la República Dominicana estuvo durante años bastante calmado, se puso en movimiento, generando de manera creciente un sentimiento contrario a la dictadura, y un interés en nuclearse en organizaciones antitrujillistas, como fue el caso de la fundación del Movimiento 14 de Junio. En muchos segmentos de la sociedad, sobre todo entre los profesionales y estudiantes de las clases alta, y media alta, empezó a aflorar notoriamente un estado de inconformidad y malestar y disposición a la lucha y al sacrificio.
También, y eso es muy importante, empezó a extenderse el criterio de que la única forma de salir de Trujillo era mediante su eliminación física. Con el fracaso militar de las expediciones de junio se cerró el ciclo de las expediciones, y cobró fuerza la idea del magnicidio. Matarlo en Ciudad Trujillo. Y esa idea sí estaba llamada a triunfar.
ll
A lo anterior se sumó un hecho internacional grave que pondría muchos sectores, nacionales e internacionales, en marcha contra Trujillo.
Se trató del intento de asesinato del presidente de Venezuela, Rómulo Betancourt, ocurrido en la mañana del 24 de junio de 1960 en la Avenida de los Próceres, de Caracas, cuando se dirigía a encabezar un desfile militar.
Apenas horas después, y exhibiendo una ejemplar eficiencia, los organismos de investigación apresaron a los que hicieron estallar el cadillac negro del presidente Betancourt. Eran unos venezolanos al servicio de Rafael Leónidas Trujillo.
Entre Betancourt y Trujillo existían muchos conflictos, surgidos por la vocación democrática del primero y por su apoyo desde siempre a la causa antitrujillista. Pero el apoyo entusiasta de Betancourt a las expediciones de junio de 1959 agravó esos conflictos y aumentó, hasta los límites de la locura, el resentimiento y el odio de Trujillo contra el presidente venezolano, y su obsesión por liquidarlo se tornó irresistible.
Lo que nunca pudo imaginar Trujillo era que esa obsesión, llevada al terreno de los hechos, en vez de liquidar a su adversario, iniciaría el camino de su liquidación. Para mí, el atentado contra Betancourt marcó el inicio de la caída de la dictadura de Trujillo. Nada le hizo más daño al Jefe que ese atentado.
La indignación que esa acción generó en toda América Latina fue enorme, y llevó a no pocos a pensar en acciones militares directas contra Trujillo. Pero Betancourt no perdió los estribos y mantuvo el criterio de que el problema con Trujillo debía resolverse en el marco de la Organización de Estados Americanos (OEA).
En efecto, a solicitud de Venezuela, la OEA se reunió. Se formó una subcomisión para investigar el caso, y cuando todo apuntaba a incriminar a Trujillo y a que las relaciones económicas y diplomáticas con el gobierno dominicano serían rotas, el dictador sacó de la presidencia a su hermano Héctor Bienvenido Trujillo, ocupando su lugar el vicepresidente Joaquín Balaguer.
Se trataba de una maniobra que a nadie confundió. El poder absoluto seguía en sus manos. El propio presidente norteamericano, Dwight Eisenhower escribió en sus memorias: «mi reacción a la renuncia de Trujillo fue: «¿Quién cree él que está engañado?».
Así, concluidas las investigaciones y rendido el informe de la subcomisión, la OEA se reunió en San José de Costa Rica del 16 al 20 de agosto, y para Trujillo y su dictadura el veredicto fue fatal.
La OEA, además de condenar enérgicamente al gobierno dominicano, decidió romper las relaciones diplomáticas de todos los Estados miembros con la República Dominicana. Y también una interrupción parcial de las relaciones económicas.
Estados Unidos apoyó esas decisiones. El gobierno norteamericano anunció el retiro de su misión diplomática de Ciudad Trujillo y pidió al gobierno dominicano retirar su misión de Washington.
A todo eso Trujillo contestó con arrogancia y bravuconadas. Había perdido la astucia y la prudencia de otros tiempos. Ahora era muy errático. Los errores se sucedían uno tras otro, todos los cuales agravaban su situación. El león estaba enjaulado, y sus errores agravaban su enjaulamiento.
lll
Estados Unidos se sumó de buena gana a las sanciones diplomáticas y económicas decretadas por la OEA. Pero ellos tenían otras razones para salir de Trujillo.
La llegada de Fidel Castro al poder en Cuba en enero de 1959 y el temor de que pudiera darse en la República Dominicana una situación similar hicieron entender al presidente Eisenhower que se debe salir de Trujillo.
Durante años, en el contexto de la Guerra Fría, Rafael Trujillo había sido un sólido aliado de Estados Unidos. Pero ahora los intereses de la política exterior norteamericana marchaban contrarios a él.
Su permanencia en el poder dificultaba la ejecución de una política agresiva contra Castro. Esa lucha, bajo el argumento de que Fidel era un dictador, carecía de legitimidad si se mantenía el apoyo a Trujillo.
Se hicieron intentos por convencerlo de que abandonara el poder voluntariamente con los auspicios del gobierno norteamericano, que le garantizaría una vida sin problemas en el exterior. Trujillo, convencido de que él no tiene espacio en otro país, se negó en todo momento a cualquier trato. Nunca consideró ni por un segundo esa posibilidad. Incluso en una ocasión, le dijo a un enviado personal del presidente Kennedy que podían traer los aviones, tanques, barcos, y los marinos, e incluso, podían tirar una bomba atómica, pero él moriría aquí y en el poder.
Y así sucedería. No había otra manera de salir de él que no fuese matándolo. Decididos a eliminarlo físicamente, los gringos contactaron varias personas, que por sus propias cuentas ya conspiraban para matar al Jefe.
Esas personas, aglutinadas en diferentes grupos, tenían sus propias razones. Muchos habían sido protegidas del régimen, pero Trujillo, en su exceso de cinismo y criminalidad, había asesinado a familiares de unos y humillado a otros. Dispuestos a matar al tirano como sea encontraron apoyo en el poder norteamericano, que les proporcionó algunas armas, y el apoyo político necesario para esa empresa, altamente riesgosa.
Finalmente, los errores del tirano, sumados a la coincidencia de intereses entre los Estados Unidos y los grupos dominicanos, que por cuenta propia conspiraban, terminaron en la gloriosa noche del 30 de mayo. Esa noche siete valientes héroes interceptaron el carro del tirano cuando se dirigía a su finca en San Cristóbal y lo mataron, poniendo fin a la dictadura más cruel del Caribe. En diez minutos, solo diez, el tirano pasó de la cúspide más alta del poder al baúl del carro de Antonio de la Maza. Ahí se puso fin a 31 años de una Era oprobiosa y de terror que nunca debió empezar.







